DIALOGO PÓSTUMO CON EL MAESTRO MANUEL J. BAQUERIZO: EL FOLCLORE EN LA TRAVESÍA CULTURAL (1940−1959) DE DON SERGIO QUIJADA JARA.


Por Eduardo M. PACHECO PEÑA
Sanyorei PORRAS COSME
UNDAC
I. A modo de introducción

Manuel J. Baquerizo, lingüística, escritor, crítico literario, maestro universitario y editor, aplicándosele la vieja acepción gramsciana fue el “intelectual orgánico” por excelencia. Profundamente preocupado por la cultura nacional en toda su extensión y profundidad, constituyó el enlace temporal y espacial de generaciones literarias diversas. Formado en Lima, internalizó esencialmente la literatura de los escenarios sociales no capitalinos. Desde su escritorio en la ciudad de Huancayo, prevaleció en él el afecto a los creadores y estudiosos nacidos o forjados en la región central del país (en los telúricos paisajes que van de Huancavelica a Huánuco). Por ejemplo de Cerro de Pasco, en su última antología El cuento contemporáneo en la sierra central del Perú (2000), seleccionó un relato literario de David Elí Salazar, valorándolo como un pilar significativo de la narrativa regional. Ese afán cultural descentralista y pedagógico, de espíritu cosmopolita, lo motivó a conducir a su terruño a cúspides letradas como Mario Vargas Llosa y Roberto Paolí para la discusión literaria del más alto nivel.

Este hombre excepcional, el 2002 partió a la eternidad y nos legó una inestimable labor pluridisciplinaria. Sus lecturas complejas, analíticas e interpretativas se valían de varios lenguajes: literarios, pictóricos, científicos…

Dentro del quehacer y devenir de las Ciencias Sociales, ocupación y reflexión vital de su existencia, rememoramos sus asiduos coloquios con Raúl Porras Barrenechea, Luis Guillermo Lumbreras, John V. Murra, Emilio choy. Pablo Macera, Rodrigo Montoya y Enrique González Carré. En su tierra editó cuidadamente La feria de Huancayo de José María Arguedas, el trabajo histórico realizado por Ella Dumbar Temple sobre los caciques Apolaya y la simbólica historia de Huancayo que escribiera Nemesio Ráez en el siglo XIX. Su amplia visión social lo obligó a un permanente diálogo interdisciplinario entre lo narrativo y la realidad social. En uno de aquellos memorables esfuerzos se dedicó a desentrañar la trayectoria académica de Sergio Quijada Jara, aspirando ser lo más objetivamente sincero lo evaluó aún siendo su fraterno colaborador y amigo. Fue esta pieza de franca reflexión la que motivó nuestro interés hacia su trabajo; y al estudiarla, manteniéndonos fiel a ese ideal y magisterio, asentimos de él con las ideas que debíamos asentir y cuestionamos las que debíamos cuestionar. Las líneas siguientes son de homenaje a su notable perspectiva.

II. Un curioso hallazgo

En diversos momentos, trajinando por los caminos del pintoresco Valle del Mantaro descubrimos en los rincones menos esperados fragmentos singulares de ilustres bibliotecas.

Sellos personales, ex−libris, firmas y dedicatorias cordiales consentían distinguir a los intelectuales poseedores de valiosos materiales bibliográficos que otrora con seguridad bien resguardados, ahora los palpamos por senderos recónditos. Veamos un singular ejemplo.

Un hallazgo especial, referido a esta producción intelectual, lo hicimos tres años atrás. A fines de julio del 2006, en las aceras perpendiculares a la feria dominical huancaína, en el barrio de Yanama, por la zona de Rascamula, al suroeste del cercado de Huancayo, allí dónde se ofertan bienes de segunda procedencia y se respira todavía un aire aldeano, en una pila de papeles dispuesta en el suelo emergieron pergaminos honoríficos, cartas personales, actas y cuadernos de apuntes, libros y revistas de folclore, historia y derecho de las estanterías del desaparecido folclorista y abogado Sergio Quijada Jara. Un repertorio de impresos y manuscritos expresamente enviados al intelectual huancavelicano por los excelsos folkloristas Ralph Steels Boggs, Augusto Raúl Cortazar, Paulo de Carvalho Neto, Luis Felipe Ramón y Rivera, Joao Chiarini, Efraín Morote Best, Federico Schwab, entre otros estudiosos de la primera mitad del siglo XX.

Por citar sólo algunas de las piezas observadas con dedicatoria al folklorista, hojeamos un ensayo de la indigenista Dora Mayer de Zulen; los Ritmos Indo Americanos de Horacio A. Alva H. (Trujillo, 1944) que consignaban palabras de afecto a Quijada Jara; varios ejemplares del Boletín de la Academia Nacional de la Historia enviadas expresamente por el archivista e historiador venezolano Mario Briceño Perozo; los números inaugurales del Junín artístico, agrícola y ganadero (Revista mensual ilustrada, Año I, Nº 1, Huancayo, junio 1922) y del Centro Ilustrado (Revista mensual, Año I, Nº 1, Lima-Junín, julio 1922); periódicos culturales de Lima, Ayacucho, Huancavelica, Ancash, Junín, Cusco, Cajamarca…; una pequeña colección del Boletín indigenista que dirigieran el mexicano Manuel Gamio junto con el americanista español Juan Comas; Boletines del Conservatorio Nacional de Música del Perú entrelazados con ejemplares del Boletín Bibliográfico de la UNMSM. De la literatura regional figuraba el poemario Copos de nieve (2da. Ed., Huancayo, 1955) del cerreño Armando Casquero Alcantara y la Flor de madre. Teatro infantil (Taller gráfico P. Barrantes, Lima, 1939) con nota del escritor jaujino Alejandro Contreras Sosa. Y algunos documentos como una carta mecanografiada dirigida al Prof. brasileño Joao Chiarini dándole a conocer en septiembre de 1949 sus datos autobiográficos, el Acta de Instalación del Instituto Cultural Peruano–Uruguayo de Huancayo del 8 de mayo de 1952 que reconocía en el Consejo Directivo Central al Dr. Quijada Jara; reseñas sobre sus trabajos en diferentes publicaciones, la carta oficial que lo incorporó al Centro de Folclore de Piracicaba, Estado de Sao Paulo–Brasil, del 16 de noviembre de 1948. En fin muchos papeles impresos que conjeturamos integró parte del currículo personal del Dr. Sergio Quijada Jara, que estaban andando a la vera del Señor.

III. Breves referencias biográficas sobre el Dr. Sergio Quijada Jara

Sergio Quijada Jara nació en Acostambo, Huancavelica, el 05 de mayo de 1914. De la documentación consultada, ubicamos una misiva de rectificación enviada a Superación, revista magisterial (Año IV, Nº 5, Huancavelica, abril-junio 1961; Pp. 15-16); donde el escritor bosquejó sus primeros años de vida.

“He recibido la vida en una pequeña quebrada, en una chacra, en una aldea, en un paraje que mis abuelos denominaron ‘Magdalena’, comprensión del distrito de Acostambo, de la provincia de Tayacaja, del departamento de Huancavelica.
En los tres primeros años de mi nacimiento se impregnaron en las paredes de mi alma los solemnes silencios, el encanto de los cerros milenarios, el murmullo de las aguas del río Mantaro y los percances angustiosos de muchos arrieros que en el corredor de la casa paterna, pedían alojamiento para mitigar sus largas caminatas. Y todos esos encantos y angustias los recogí en el poncho multicolor de mis idealidades y a la vera del camino o al borde de los puquiales misteriosos, en uno y otro sitio, hube construyendo las tapias del gran edificio de la nacionalidad.
Por razones obvias desperté para la cultura en Huancayo, que considero como mi segunda patria de corazón, pues aquí aprendí a deletrear en el Centro Escolar 551 “Sebastián Lorente” y que desde hace siete años (1954) soy autor de la letra de su himno. Aquí estudié Educación Secundaria hasta el cuarto año y el último en Guadalupe.”

Apunte complementado con preciadas reiteraciones sobre su trayectoria como intelectual comprometido con el mundo andino, incrustadas en “El folklore en la educación” (En: El Mercurio, revista de actualidad, Año I, Nº 3, Lima–Huancavelica, octubre 1981):

“Vimos desde pequeños discurrir a los viajeros y recepcionar sus cuentos, mitos, tradiciones, cantos y peripecias de noches de plenilunio, nos identificamos con ellos e hicimos estudios adecuados de toda esa gama tradicional de nuestros paisanos, recorriendo sus predios desde esos lejanos días del año de 1930.”

Por otros testimonios y diplomas sabemos que al conmemorarse el IV Centenario de la ejecución del Inca Atahualpa (1533-1933), el 29 de agosto de 1933, estando cursando el 4º de media en el Colegio Nacional de Santa Isabel de Huancayo, le otorgaron una mención honrosa por su composición “Atahualpa”. Siete años después, en el Teatro Municipal de Lima, el 23 de septiembre de 1940, el Centro Federado de Derecho de la Universidad Mayor de San Marcos, al festejar los Juegos Florales y Fiesta de Primavera anual, lo premió con diploma y medalla en mención honrosa por su colección de trabajos folclóricos intitulada “Estampas Huancavelicanas”; el Presidente del jurado y firmante del diploma fue el sensible historiador Jorge Basadre, su profesor de Derecho Peruano y con seguridad su iniciador en el “Folklore jurídico” 1. El laurel le franqueó las puertas de la página literaria de El Comercio de Lima, publicándole los domingos las leyendas, cantos, costumbres, supersticiones y creencias que recogió en los villorrios de su amada región. En 1944 refundió estos materiales en su primera obra folklórica, la cual lució el mismo título de Estampas huancavelicanas, editada gracias a la generosidad de dos mecenas paisanos suyos: Manuel Cenzano y César Atala. Ofreció ese libro a la tierra “sagrada” de su nacimiento; “desconocerla sería como olvidar y negar a los propios padres”, diría más tarde. En similar circunstancia, con motivo del 120º Aniversario Nacional, en 1941, la Municipalidad de Huancayo le otorgó otro Diploma de Honor por sus obras literarias. Para el 30 de octubre de 1945, el Colegio de Abogados de Lima lo incorporó como miembro titular de su Junta Directiva, de ahí en adelante y afincándose en Huancayo iniciará otra faceta esencial de su vida.

Sin esta documentación, aunque fragmentaria, sería difícil trazar el itinerario intelectual de Quijada Jara, precursor de los estudios científicos del Folclore−conocimiento en la región. El amargo trance de ver dividido su patrimonio bibliográfico y archivístico nos obliga a atender las conclusiones que el citado maestro delineó al esbozar los aportes del “Congreso Internacional de Folklore” (reunido en Buenos Aires con motivo del Sesquicentenario de la Revolución de Mayo −1960−).

“Y en ponencia especial se recomendó que las autoridades nacionales no permitan la desaparición de bibliotecas, archivos y colecciones reunidas por investigadores eminentes del Folklore, interviniendo activamente para asegurar su adquisición por parte de instituciones científicas y públicas”. 2

Es decir, nos conminó colectivamente a exigir al Estado la protección del patrimonio bibliográfico y documental formado por nuestros más preclaros letrados y artistas. De otro lado, intuimos que este congreso bonaerense influyó significativamente en sus ideas, sobre todo en lo referente al valor educativo del Folclore. Conocedor de la propuesta de Roger Bastide sobre el folclore en la educación, expuso sus propias reflexiones en la conferencia “El Congreso Internacional Folklórico de Buenos Aires y su repercusión en la Pedagogía” disertada el 26 de agosto de 1961 en la Escuela Normal Regional de Varones “Teodoro Peñaloza” de Chupaca; ideas educativas que también fundamentaron el ya referido artículo “El folklore en la educación”… Recordemos que la educación fue otra de sus grandes pasiones y preocupaciones. En 1962, afín a su esfuerzo de revalorar la flor nacional, obsequió una kantuta de plata como premio para los juegos florales de la UNCP; y en la revista El Lorentino (Nº 01, Huancayo, 1966) lo mencionan como el compositor de las letras del himno de la Escuela Primaria de Varones Nº 551 “Sebastián Lorente”.

Entonces respondamos la interrogante ¿Por qué conservar este archivo y biblioteca en especial? Sin duda lo es para esclarecer la formación teórica del investigador, conocer las lecturas de su generación, valorar uno de los patrimonios escritos más profusos de la región y enmendar viejos tópicos sobre su estilo de trabajo y obra.

IV. Sergio Quijada Jara examinado por Manuel J. Baquerizo

El primer balance metódico de la labor del Dr. Sergio Quijada Jara la realizó el Dr. Manuel J. Baquerizo, quién mantuvo un contacto cercano y fraterno con el folclorista. En las revistas que dirigió siempre hubo espacio para las creaciones literarias y artículos del tradicionalista de Huancavelica. 

Baquerizo presentó al folclorista como “el conservador de la cultura popular” por excelencia, refiriendo lo siguiente sobre su faena:

“Describió, inventarió y documentó, con esmero y paciencia, las fiestas patronales, las danzas, los cantos, las adivinanzas, los dichos y las costumbres, es decir, todo aquello que permite conocer la vida íntima, las creencias y la manera de ver el mundo de los campesinos y aldeanos.” 3

Además en sugerentes pasajes nos entregó un encantador retrato de los años juveniles del estudioso, explicándonos luminosamente los tempranos encuentros del maestro Sergio en la creatividad literaria y periodística. En memorable ejercicio de erudición sintetizó los comienzos líricos y románticos del novel intelectual; se nos indicó que fue un espíritu disperso en sus preferencias, que buscaba su propia vía creativa y se deleitaba lúdicamente explorando la fuerza de las metáforas “en dos pequeños libros de prosas líricas (Suspiros del silencio, 1939; y Reliquias de madre, 1941) y un relato (Deshojando la rosa, 1941)”, constituyéndose estas obras la totalidad de su ficcionario. Más este vital tránsito en su faceta posterior, nunca lo abandonaría; preocupado por rescatar la tradición oral de su tierra, aplicó su refinado gusto literario a espigar las canciones quechuas de la fiesta del Santiago. Baquerizo apreció aquella dedicación como “el más extraordinario trabajo de trascripción y recopilación que se haya ejecutado en el país (…). Desde los señeros ensayos  de Vienrich no se había vuelto a efectuar una obra de esta naturaleza”; y en relación a su Región, Isaac Huamán Manrique lo valoró por lo mismo como el “insuperable pionero de la cultura quechua” 4.

El estudio de Baquerizo, denso y prolífico en datos, subrayó las virtudes y aciertos del trabajo etnográfico de Quijada Jara. Analizó diacrónicamente, texto por texto, su producción, desde: Estampas huancavelicanas (Empresa tipográfica Salas, Lima, 1944), La coca en las costumbres indígenas (Talleres causal, Huancayo, 1950), Canciones de ganado y pastores (Talleres Gráficos P.L. Villanueva, Lima−Huancayo, 1957) hasta Kantuta, flor nacional del Perú (Huancayo, 1959), no explayándose a las otras obras que complementaban su bibliografía. Sus valiosas precisiones sobre la coca y la kantuta detalladas en la obra de Quijada Jara son irrebatibles.

Sin embargo, con el auxilio del material observado en aquel julio pasado, es ineludible plantear algunas enmiendas a este magistral ensayo analítico.
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Respecto a la técnica de registro y análisis folclórico del Quijada Jara juvenil, el Dr. Baquerizo asentó que fue “aislada, casi intuitiva, sin plan preconcebido ni formación metodológica”, y compartimos plenamente su opinión. El aprendizaje de la investigación y más aún en un campo aún inexplorado como por entonces estaba el Folclore prueba nuestra capacidad de ingenio e intuición para solucionar los desconocidos problemas que nos plantea. Pero disentimos cuando más adelante al estudiar sus trabajos de la década de los 50, con excesiva prudencia, se abstiene de reconocer la madurez del científico social, examinándolo sólo como un acreditado recolector de datos, “un atento observador y minucioso copista”. El Dr. Baquerizo evaluaba a Quijada Jara con los avances científicos más elaborados de los 60 o posteriores a ella. Hay necesidad de aclarar que la racionalidad científica también se ajusta a las permanencias y cambios ideológico−culturales que coyunturalmente se dan en función a un criterio generacional, de clase social o de apertura socio-política; lo que provoca de grado e incluso en naturaleza, las diferencias científicas y culturales de un pueblo a otro; basta con recordar en el plano literario, las célebres polémicas que se dieron en relación a la obra de Ciro Alegría y Juan Carlos Onetti o los desencuentros que se suscitaron entre José María Arguedas y Julio Cortazar.

Aceptamos además que Estampas Huancavelicanas constituía “una magnifica colección de informaciones”, más no participamos de su descripción sobre el contexto científico donde viera a luz esta obra:

“(…) en los 40, solamente se pensaba en inventariar y registrar las expresiones culturales populares, más con un afán de conservación y documentación que de interpretación. No se intuía todavía, al menos entre nosotros, la posibilidad de utilizar este corpus etnográfico como medio de análisis y reconstrucción histórica y antropológica. Los trabajos de recolección estaban inspirados en las corrientes positivistas; por lo mismo, se limitaban a la mera trascripción de los eventos culturales.” 5

Tal panorama no sólo fue “nuestro”, el Folclore-conocimiento pasaba en toda América por esta situación, había más necesidad de colecta que de interpretación; la sensatez y la necesidad de material lo exigían. Y a la par se bregaba por alcanzar el esclarecimiento teórico de la disciplina científica y precisar su campo de estudio. En esta década, Ralph Steels Boggs −el incansable fundador de escuelas antropológicas de Folclore− meditaba sus propias preocupaciones en “Folklore en las Américas” (En: Educar, revista mensual peruana, Año IV, Nº 7−8, Lima, abril−mayo de 1941) y en “El Folklore, definición, ciencia y arte” (En: Anuario de la Sociedad Folklórica de México, Vol. III, México, 1943; texto ampliado para 1948 y publicado en tomo aparte por la Imprenta universitaria de México); Augusto Raúl Cortazar ponía en prensa dos libros: El folklore y su estudio integral (Buenos Aires, 1948) y Confluencias culturales en el folklore argentino (Institución cultural española, Buenos Aires, 1944), texto precursor encomiado por el genial Alfred Métraux. Por la fecha y aún antes, en el Brasil, sobre los alcances del Folclore, reflexionaban Arthur Ramos y don Mario de Andrade y los discípulos de su magnifica escuela; Vicente T. Mendoza hacía lo mismo en México. En aquel esfuerzo continental, la acción peruana más valiosa la ejecutó Efraín Morote Best en sus Elementos de Folklore. Definición, contenido, procedimiento (Universidad Nacional del Cuzco, Cusco, 1950) y con su “Guía para la recolección del material folklórico” (En: Revista universitaria. Año XL, Nº 101, Cusco, 1951); trabajos antecedidos no hacía mucho por El Folklore como ciencia (Ministerio de Educación Pública, Perú, 1946) de Federico Schwab, que finiquitaba de forma integral sus artículos de fines de los 30 indicados por el Dr. Baquerizo para afirmar la sistematización temprana del folclore en el Perú. Estudiando los avances teóricos de Schwab se colige que experimentó las mismas etapas teoréticas que Quijada Jara. El folleto Importancia y técnica del Folklore y la contribución indígena (Talleres gráficos Privat, Huancayo 1946) coincide con el artículo “El folklore como ciencia” (Ministerio de Educación Pública, Lima, 1946) de Federico Schwab al asumir la difusión de la clasificación del Folklore planteada por Boggs.

En este panorama, el autentico precursor de los datos y el análisis folclórico americano y a quién consultaba con simpatía Quijada Jara: Don Fernando Ortiz, daba a conocer un clásico de la Antropología: El huracán, su mitología y sus símbolos (Fondo de Cultura Económica, México, 1947), mies de un compromiso con el folclore caribeño iniciado en su Cuba natal desde 1922. El huracán saldría de la editorial mexicana que en 1944 publicó la edición abreviada de La rama dorada de Sir James George Frazer que Emilio Adolfo Westphalen comentó deliciosamente en 19466, por constituir el primer modelo anglosajón para las síntesis universales de la tradición mágico−religiosa clásica.

En nuestra geografía tendríamos a un versado del manejo empírico y la interpretación en Víctor Navarro del Águila; quién antes de fallecer prematuramente presentó finas pesquisas como su “Pukllay Taki” (Reproducida en Peruanidad, órgano antológico del pensamiento nacional, Vol. III, Nº 12, Lima, enero−febrero 1943), o su “Contribución al estudio de la picantería cuzqueña” (En: Boletín de la Sociedad Científica del Cuzco, Año I, Vol. Nº 1, Cusco, junio de 1949), entre otros estudios del folclore sureño, apuntalando con sólidas bases el nacimiento de su extraordinaria escuela antropológica. En aquella década descomunal, José María Arguedas recogía los cantos agrarios y ganaderos, y fraternalmente departía en Lima o Huancayo con Quijada Jara. Instantes heroicos para la ciencia del Folclore, donde se afianzaba en el valle del Mantaro la obra de Emeterio Cisneros Córdova, Clodoaldo Alberto Espinosa Bravo y Emilio Barrantes, iniciadores de los estudios folclóricos en la región central. Don Emeterio ya había colaborado en los 30 con el tenaz Julio C. Tello.

En este medio cultural la solidaridad unía todas las energías desplegadas en las diferentes latitudes del Perú y América. Sólo consúltese el número de sociedades culturales y científicas de las que formó parte el Dr. Quijada Jara.

Además, en la época, esta comunidad de inquietudes por compendiar y teorizar sobre las tradiciones populares hizo eco en los más lúcidos funcionarios del poder político. Con el entusiasta apoyo del pasqueño Dr. Luis Fabio Xammar, Director de Educación Artística y Extensión Cultural del Ministerio de Educación Pública y por intermedio de la Sección Folklore y Artes Populares de la misma, se consolidó el Archivo Folklórico del Instituto de Estudios Etnológicos del Museo de la Cultura, correspondiente al Museo Nacional de Historia. Merced a la entidad gubernativa se invitó a los maestros de educación común de la República a recolectar el acervo cultural tradicional de sus regiones. Los convocados recibieron en 1946 un ciclo de conferencias, charlas radiales y un “cuestionario” redactado por los Drs. Luis E. Valcárcel, Jorge C. Muelle y Federico Schwab. La planificación, ejecución y cosecha de la información recayó en Francisco Izquierdo Ríos y José María Arguedas. Producto de este quehacer se dio a prensas la antología: Mitos, leyendas y cuentos peruanos, con notas de José María Arguedas y Francisco Izquierdo Ríos (Ministerio de Educación Pública, Lima, 1947) y los “Cuentos mágico−realistas y canciones de fiestas tradicionales del valle del Mantaro, provincias de Jauja y Concepción”, seleccionados y glosados por José María Arguedas (En: Folklore Americano, órgano del Comité Interamericano de Folklore. Año I, Nº 1, Lima, noviembre de 1953). Entre los papeles pertenecientes a Quijada Jara figuraba el folleto: Encuesta Folklórica General del Magisterio. Manual−Guía para el recolector publicada en 1951 por el Instituto de la Tradición del Ministerio de Educación de Argentina; examinándolo y con riesgo a equivocarnos lanzamos la hipótesis de que la experiencia pedagógica peruana quizá sirvió de base a la Argentina, ya que la anticipó en seis años.

Recordemos también que a fines de los 40, Allan R. Holmberg y el “Proyecto Perú−Cornell”, Jean Vellard, José Matos Mar, el Instituto Lingüístico de Verano…, inauguraban la Antropología profesional en el país.

El Dr. Baquerizo asimismo indicó que una de las dificultades teóricas de Quijada Jara fue no conocer “el trabajo hermeneútico y filológico que venían realizando Vladimir Propp y Mijail Bajtin en la URSS, Antonio Gramsci en Italia; y, algunos años después Carvallo−Neto en América” 7. Esta aseveración se la extenderíamos a la mayoría de especialistas americanos del Folclore y las CC.SS. que publicaron sus investigaciones entre 1940 y 1959. El método polifónico de Mijail Bajtin y el formalismo de Vladimir Propp recién cobrarían importancia en el occidente liberal después de los 60 del siglo XX, acompañados de la semiótica de Boris A. Uspenski y Yuri Lotman, discípulo de Propp. Pues estos científicos socialistas afines al marxismo “dialéctico” de L.S. Vigotsky o N.I. Vavilov, no gozaban del favor oficial del Estado soviético y de la hegemonía de los dogmas mecanicistas que se imponían a las disciplinas científicas de la URSS (salvo en Matemáticas y Física). Esto les imposibilitaba publicar en editoriales como Lenguas Extranjeras, Mir o Progreso que eran las únicas autorizadas a exportar ideas fuera de la URSS. Debido a esta razón, ni Stith Thompson, Anti Aarne, Leo Frobenius o Arnold Van Gennep, ilustres estudiosos del cuento popular y la tradición clásica oral de la órbita mundial capitalista, mencionan a estos teóricos soviéticos en los años 30 y 40. El lingüista Roman Jakobson que se educó en Moscú con el eminente folclorista Pior Grigórievich Bogatyriov y saboreó a fines de los 20 los descubrimientos hechos por Vladimir Iákovlevich Propp de “una autogénesis de temas similares en la poética folklórica”, no los difundió. La primera versión a una lengua distinta del ruso de la Morfología del cuento (1928) de Propp fue la traducción al inglés de Laurence Scott en 1958 (Blomington, Indiana UP). Paralelamente a ella, Roland Barthes, Claude Lévi−Strauss, A.J. Greimas, Elizar Meletinski, Iris M. Zavala, Julia Kristeva y otros se arrogaron la feliz tarea de difundirla en los años siguientes. De Antonio Gramsci, de necesaria lectura política en los círculos marxistas heterodoxos latinoamericanos, el sesgo ideológico de su posición lo ubicó en un terreno distinto al Folclore−conocimiento; su cercano discípulo Ranuccio Bianchi Bandinelli, arqueólogo especializado en la Roma clásica, evocó el juicioso interés de su maestro por la cultura popular tradicional. Mientras que sobre Paulo de Carvalho Neto sustentamos que fue corresponsal del maestro huancavelicano; su libro inaugural: La obra Afro−Uruguaya de Ildefonso Pereda Valdés. Ensayo de crítica de Antropología Cultural (Centro de Estudios Folklóricos del Uruguay, Montevideo, 1955) y que forma parte de la colección consultada, se acompañaba de una tarjeta personal con nota, firma y fecha que decía: “al Dr. Sergio Quijada Jara, con los cumplidos del autor. Carvalho Neto, 17−V−56”

Si bien los juicios del Dr. Baquerizo aclaraban tópicos relacionados con los libros menores de Quijada Jara, algunas de sus apreciaciones sobre la opera magna: Canciones del ganado y pastores, habrían requerido de mayor reflexión y fundamento:

“El mejor trabajo de Sergio Quijada Jara es, sin duda, Canciones de ganado y pastores. Este libro fue editado en 1957, pero ya estaba concluido, cuando se efectuó el Primer Congreso Internacional de Peruanistas, en 1951. En esa oportunidad, Quijada Jara conoció a Paúl Rivet, lo mismo que a Jesús Lara, Jorge A. Lira, Morote Best y otros investigadores del folklore que asistieron al Congreso. Es allí donde adquirió verdadera noción de la importancia del trabajo que venia realizando. Y fue entonces que comprometió a Paúl Rivet para que le escribiera el prologo del libro.” 8

La frase extractada osadamente exterioriza un error de precisión. En la 2da. Ed. de La coca en las costumbres indígenas (Imprenta Ríos, Huancayo, 1982) que también utilizó el crítico en su bibliografía; en la Pág. 11 figura que el estudioso de Tayacaja antes de participar en el Primer Congreso de Peruanistas en Lima, fue ponente en el Primer Congreso Nacional de Turismo (1947) y delegado al II Congreso Indigenista Interamericano del Cusco (1949). Con sólo revisar la lista de asistentes de estos dos eventos saldríamos convencidos que sus amistades latinoamericanas no se concretaron recién en 1951. Expedientes confiables indican que su amistad con Augusto Raúl Cortazar es anterior a 1946; antes de noviembre de 1949, Efraín Morote Best lo conminó cordialmente a aceptar la corresponsalía de su revista Tradición; con Federico Schwab la simpatía venía de antes de 1942, desde su paso por la UNMSM; con Jorge A. Lira coincidieron desde 1949 en el Instituto Indigenista Peruano y su revista. No olvidemos que en aquella coyuntura los intelectuales sin chauvinismos torpes −regionalistas o nacionalistas− se hermanaban y colaboraban recíprocamente. No es azar que Félix Coluccio lo incluya entre sus Folkloristas e instituciones folklóricas del mundo (El Ateneo, Buenos Aires, 1951) y por la fecha participara como socio honorario del Centro de Folclore de Piracicaba… El tratado sobre La coca, en su Págs. 69−83, aclara aún más la trascendencia científica de Quijada Jara, ya que rescatando la vieja usanza tipográfica de dar a conocer los comentarios que recibió su texto en 1951, de quince reseñas y cartas impresas destacan el saludo del sabio peruano Carlos Monge M., Director del Instituto de Biología Andina, que lo trataba de “muy apreciado amigo”, al igual que los Drs. Francisco Pabla Labombarda, Director del Instituto de Cultura Americana de Buenos Aires; Augusto Malaret, filólogo y folclorista puertorriqueño; Eugenio Pereyra Salas, notable historiador chileno; y Vicente T. Mendoza, Presidente de la Sociedad Folklórica de México. Ya antes habían elogiado la aparición de Estampas Huancavelicanas, Ralph Steele Boggs, Luis Heitor Correa de Azavedo, Eugenio Pereyra Salas, Manuel Gamio, Vicente T. Mendoza, Elvira García y García, entre otros. Registrando tan sólo sus célebres amistades se haría demasiado espaciosa la lista. Más basta lo anterior para refrendar la calidad de investigador con reconocimiento continental que tenía el maestro antes de 1951.

Estas son algunas de las imprecisiones detectadas en el magistral ensayo del Dr. Manuel J. Baquerizo, que todavía hoy día constituye la mejor invitación para iniciarse en el estudio de Quijada Jara; y de otro lado, nos motiva a promover la necesidad de conservar los registros bibliotecarios de nuestros intelectuales más notables, para evaluar no sólo su trabajo creador o científico sino también su propia formación. De la misma manera, dejamos constancia que los textos clásicos de Johan Huizinga, Alfonso Reyes, John D. Bernal, Ramón Iglesia, Amado Alonso…, no estaban ausentes de las estanterías del Dr. Sergio Quijada Jara.

NOTAS:

1) Sergio Quijada Jara: “Adolfo Vienrich y los estudios folklóricos”. En: Perú Indígena, órgano del Instituto Indigenista Peruano. Vol. IV, Nº 10 y 11, Lima, septiembre 1953; Pág. 87

2) Sergio Quijada Jara: “Congreso Internacional de Folklore”. En: FOLKLORE, tribuna del pensamiento peruano. Nº 39, Lima, julio 1961; Pp. 2194-2195.

3) Manuel J. Baquerizo: “Sergio Quijada Jara y la cultura popular andina”. En: VV.AA. (1991) Folklore, bases teórica y metodológicas. Comité permanente de conceptualización del Folklore, Lluvia editores, Lima; Pág. 232.

4) Isaac Huamán Manrique: La luz del trueno y el arco iris. Literatura de Huancavelica. Pachakuti Editores, Lima, 2000; Pág. 42.

5) Manuel J. Baquerizo (1991), Ob. cit.; Pág. 236.

6) Emilio Adolfo Westphalen: “La rama dorada”. En: Hijo Pródigo, revista literaria. Vol. XII, Nº 37, México, abril de 1946; Pp. 30−33.

7) Manuel J. Baquerizo (1991), Ob. cit.; Pág. 236.

8) Ídem. Pág. 240.