LÍNEAS PARA UN BOCETO SOBRE LA PRESENCIA DEL MAESTRO JUAN JOSÉ VEGA BELLO EN PASCO


Por Eduardo M. Pacheco Peña
UNDAC
(escrito el 2007)


1.1. El hombre y su obra

Si por experiencia peruanista se expidiera el título de «Maestro de la peruanidad», la mención la otorgarían con toda justicia al Dr. Juan José Vega, que personificó en sus acciones e investigación la historia viva de nuestro tiempo y la nación. Nunca dejó de luchar y sonreír con esperanza mientras nos acompañó en este mundo tierno y desgarrador …. Maestro del estudio y la enseñanza de la historia en su más extensa dimensión, enarboló en su magisterio aquel principio ético y didáctico que exigiera de los educadores franceses el llorado Lucien Febvre: “para enseñar la historia primero hay que saber que es la historia”.

Versado conocedor de la ciencia fundada por Herodoto y Tucídedes, en 1958, empezó la enseñanza universitaria de la materia al ocupar la cátedra de Historia del Derecho Peruano en San Marcos, dándole continuidad a una tradición educativa inaugurada en 1930 por el Dr. Jorge Basadre. A las innovadoras directrices metódicas que proveyó a su asignatura el insigne patricio tacneño, las profundizó y prolongó con convencimiento y sapiencia el novel abogado e historiador. Su tesis de bachiller en Derecho: “La emancipación frente al indio; la legislación indiana del Perú en la iniciación de la República, 1821-1830” (1958), en la senda trazada por Manuel Vicente Villarán y Alberto Ulloa Sotomayor, eslabonando exploración histórica y análisis jurídico, le franquearon con justicia los claustros del Alma mater nacional. No dejemos de nombrar un mérito mayor, tanto el Dr. Jorge Basadre como su joven homólogo cajamarquino se encontraron con la investigación histórica por vocación y convicción autodidacta, pues no egresaron de escuelas especializadas de la Historia–conocimiento. Pero ambos fundaron vías nuevas del trabajo historiográfico identificadas con la revaloración de la patria, la educación y la esperanza nacional (ejemplo diáfano fue “la promesa peruana”, que guió la vida y obra del maestro Basadre).

Posesionado de la cátedra sanmarquina y para adelante, el Dr. Vega, con su monumental saber, se encumbraría como uno de los historiadores más importantes del país, destacando por su amena prosa (prosa equivalente a la exquisita pluma de don Adán Felipe Mejía, “El Corregidor”, o el arte que José Gálvez aplicó a las Calles de Lima y meses del año [International Petrolium Co.–Almanaque Rapidol, Lima, 1943]). Sus estudios nos impregnaban del aroma de nuestro pueblo inmemorial. Uno de sus axiomas con firmeza exhortaba: “la claridad es amiga de la sabiduría”. Sus páginas dialogaban con los niños al igual que con los sabios, esgrimiendo el preciado don comunicativo que anheló con ímpetu y para sí el medievalista Marc Bloch. No sólo narraba, él reconstituía el pasado, lo explicaba y lo hacía comprender. Gracias a ello plasmó su evocación del proceso histórico peruano en espléndidas semblanzas documentadas que contendían con las creaciones del cuidadoso oficio literario.

Fue el historiador de los movimientos populares en el Perú, es decir, investigó esas «guerras justas» que defendió con tenacidad el jacobino Maximiliano Robespierre al fundamentar el derecho de los pueblos a tomar las armas frente a toda agresión u opresión sobre él. «Pueblo», categoría conceptuada y concebida desde la perspectiva de los desposeídos, los oprimidos, los explotados, los marginados o los desplazados, que en conjunto constituyen las multitudes urbanas y rurales sobre las que ejerce su poder el Estado y las clases sociales dominantes.

El Dr. Vega, desde la juventud lo observó –al pueblo peruano– y se instruyó de sus heroicas gestas. Gestas heroicas que entre coraje, lágrimas y sangre labraron por centurias nuestra patria.

Iniciada su travesía historiográfica, su primer libro se infundió de la ancestral memoria andina al describir minuciosamente la épica resistencia inca que siguió a la invasión europea al Tahuantinsuyo. Memoria andina que fue celosamente silenciada o proscrita desde los inicios de la Colonia hasta muy avanzado el siglo XX; memoria que el maestro desenterró valiéndose de toda información, incluso la proporcionada por los conquistadores hispanos más eurpeocentristas. La guerra de los viracochas (1963), de humilde factura y editada por Manuel Scorza en la colección “Populibros peruanos”, exhibió –como pocas obras de ese ciclo– un conocimiento magistral de las fuentes históricas sobre el asunto y más aún, abrió nuevos horizontes para comprender la coyuntura quinientista. Su tesis doctoral: “Algunos delitos contra el patrimonio en el Tahuantinsuyo; estudio histórico-jurídico” (1965), según los especialistas es otra de sus grandes faenas del momento. En una y otra circunstancia escrita, valiéndose de las doctrinas jurídicas y la historia universal fundamentó sus tesis con exhaustivos análisis sincrónicos, semánticos, etimológicos, toponímicos y hermenéuticos. E ironías de la enseñanza escolar de las CC.SS. en el país: cuando ya las investigaciones de los MM. Edmundo Guillén Guillén, Waldemar Espinoza Soriano y Juan José Vega nos habían iluminado sobre la sociedad inca post–tahuantinsuyana, la historia oficial impartida en la escuela pública, aún avanzada la década de los 80 del pasado siglo (salvo los magistrales manuales para escolares del Dr. Pablo Macera), finalizaba la historia posterior a Manco Cápac con el ajusticiamiento de Atahualpa en Cajamarca (1532), olvidando a Manco Inca y sus sucesores que encabezaron la prolongada resistencia político–cultural de Vilcabamba (Cusco).

Tres décadas después de su libro inaugural, salió la obra Tupac Amaru y sus compañeros (Municipalidad del Qosqo, II Vol., Qosqo, 1995), que se ocupó de la efigie histórica que más lo cautivó. De equivalente valor estético que los textos anteriores, este trabajo abrevió una extensa y meditada exploración archivística, folclórica, geográfica y bibliográfica. Con afecto nos alcanzó una aproximación historiométrica del líder cusqueño, cuando este campo de la psicología cognitiva nacía en los EE.UU. Biografió tiernamente la infinita humanidad del cacique pobre de Surimana, Pampamarca y Tungasuca; cada línea bosquejada invitaba a admirar al gran revolucionario indígena.

Es esta admiración por el precursor de fines de los setecientos que lo llevó a componer su encantador artículo: “Los trabajadores mineros en la época de Tupac Amaru” (en: cielo abierto, Vol. V, Nº 13-14), que atrae la atención de gente como nosotros que se desliza entre los óxidos y sulfuros de plata, plomo, cobre y zinc…, del tajo abierto o los socavones subterráneos de esta tierra pasqueña de minas y mineros. El texto detalló de la oprobiosa situación a que fueron sometidos los capacheros indios en las minas virreinales.

Recordemos una vez más que nuestra región minera de Pasco no estuvo ajena a las repercusiones del movimiento antifeudal y anticolonial Tupacamarista; sus ecos resonaron en los movimientos antifiscales de Villa de Pasco de fines del siglo XVIII. Y todavía más, media centuria antes de la insurgencia de Tupac Amaru II, en su territorio (en el Gran Pajonal/Oxapampa) estalló la gesta liberadora y anticolonial de Juan Santos Atahualpa (1745-1755).

Viajero imperecedero el Dr. Juan José Vega, complementó su educación reivindicando la formación metacognitiva de José Gabriel Condorcanqui; acudió como él a la jornada libre y caminante que lo llevó a los confines del territorio y su pasado para conocer y comprender el Perú (la misma experiencia vital sin igual que el arrieraje le dio a Tupac Amaru II), inseparable eso sí, a cada paso y meditación, de una límpida conciencia social, sensibilidad y afecto hacia toda creación oral, escrita, filosófica, técnica o estética de nuestros pueblos. Es esta práctica educativa intercultural, el aprendizaje a través del medio o la comunidad, lo que le permitió acercarse como nadie al Perú profundo, del ayer y de hoy. Aprendizaje directo de las realidades objetivas y subjetivas del país que por su inapreciable valor intercultural es preciso fomentar —previa planificación con las visitas de estudio y excursiones― entre los educadores y alumnos, más sabiendo que en el territorio patrio por la ley del desarrollo desigual coexisten sociedades o etnias heterogéneas (en su naturaleza cultural y su nivel de vida material), reflejos y vestigios de las diversas épocas históricas por las que atravesó la nación.

Al evaluar el arrieraje como escuela donde se educó el caudillo indio, el Dr, Vega indicó por lo menos tres de sus ventajas autodidactas: a) el arrieraje en su formación cultural y su información sobre el mundo (información económica, política y cultural de las realidades sociales próximas y lejanas); b) el arrieraje en la forja de su temple espiritual (con conciencia social, visión crítica y toma de posición); y c) el arrieraje en el desarrollo de su resistencia física (la gran fortaleza corporal que tuvo el héroe). Alcanzándole estas prácticas pedagógicas al joven José Gabriel lo que hoy denominamos educación integral: formación física, socio-cultural, afectiva y cognitiva; una formación plena y conciente que lo alejó de los kuracas serviles educados en el Colegio de San Borja del Cusco, y le permitió elegir en forma autodidacta y con libertad los contenidos educativos que necesitaba. Por ejemplo, por consejo de sus mentores criollos leyó una obra que marcó su destino: Los comentarios reales del Inca Garcilaso de La Vega…

Desde tierna edad, por orientación de su padre, el poeta Anaximandro Vega, el maestro Juan José habría concebido también en esta multidireccionalidad su formación: fundir con libertad en un solo sentimiento la tierra, el pueblo, la historia, las letras y la ciencia.

En la edad de las definiciones individuales, es ese sentimiento por la patria y lo ancestral lo que condujo al Dr. Juan José Vega Bello a visitar nuestras telúricas «matrias» (vocablo acuñado por Miguel de Unamuno y difundida por el Dr. Luis González y González para explicitar las regiones donde nacimos y que interrelacionadas constituyen la patria), enseñándonos la vitalidad impar que transpira cada terruño local y cada suelo familiar. En la época actual, no hay identidad nacional posible sin sentimiento regional, y recíprocamente no hay sentimiento regional sin identidad nacional. El Dr. Vega con su vida y experiencia lo meditó y vivió así. Por ello, a casi cuatro años de su viaje definitivo y final, honramos al maestro–historiador por su inestimable enseñanza y aporte intelectual al pueblo del Cerro de Pasco. El falleció en marzo del 2003 y horas previas a su sepelio, el Presidente del Perú lo condecoró póstumamente con la Medalla de Orden al Mérito por servicios distinguidos en el grado de Gran Cruz. Meses antes, por sus cualidades pedagógicas (fue un probado didacta de la imagen auditiva y la escrita), la víspera del 05 de octubre del 2002 (día mundial de los educadores) la Derrama Magisterial del Perú le otorgó la Medalla de Honor José Antonio Encinas, siendo el primer educador en recibir tal distinción. Pero van ya trece años desde que la Honorable Municipalidad Provincial de Pasco lo declaró “Huésped ilustre”, invistiéndole nuestro Señor Alcalde en 1994 las llaves de la ciudad por su generoso desprendimiento humanista hacia la gélida tierra de Daniel A. Carrión y Huaricapcha.

Describir la honda vocación existencial y peruanista del maestro es tarea para sus discípulos, y aún de entre los miles, sólo para los más próximos. Por ello, transcribimos las palabras de su cercano discípulo y colega, el ex Ministro de Educación, Dr. Gróver Pango Vildoso, que en uno de los dolientes discursos del 10 de marzo del 2003 ante su sepulcro en el Parque del Recuerdo de Lurín (Lima), sintetizó la trascendencia del gran historiador (en el lugar se expresó también su ex compañero de aula en el Colegio Militar Leoncio Prado, el cerreño Dr. Gerardo Ayzanoa, Ministro de Educación por entonces; y la oración fúnebre la realizó su fraternal amigo, el narrador Oswaldo Reynoso):

“Los verdaderos maestros dejan huella por razones que van más allá del tiempo de su ejercicio profesional. Si extenso ha sido el ejercicio docente de Juan José Vega, más extenso y profundo ha sido su aporte a la historia del Perú, desde una perspectiva distinta que los expertos reconocen y elogian por su originalidad y pertinencia. El Perú entero es testigo, y muy especialmente los profesores, del infatigable magisterio de Juan José en libros, conferencias, entrevistas, artículos y sus incontables viajes, escenarios siempre nuevos y complementarios a la especialidad de [la] cátedra universitaria. No pocos son los lauros de reconocimiento recibidos por esta trayectoria vasta y ejemplar, aunque sin duda uno, el más distinguido y el más profundo para Juan José, debe ser el cariño y la gratitud de quienes lo conocimos y apreciamos.”

Frases justas y emotivas en aquella desventurada fecha, que compartieron no sólo quienes lo escoltaron en Lima a su última morada sino también sus camaradas de ideal en las provincias; y entre ellos, los pasqueños y pasqueñistas que lamentaron hondamente su perdida corporal. Partía el maestro, el historiador, el amigo.

En el Cerro de Pasco, el Dr. Santos Blanco Muñoz, rector de la Universidad Nacional Daniel Alcides Carrión, con homenaje sentido escribió:

Con su desaparición se truncan muchos proyectos, muchos trabajos inéditos, las mismas reflexiones de maestro. Uno de sus mayores anhelos, nos confesó en su cátedra, era la de reconstituir en el ámbito nacional la célebre “Sociedad Amantes del País” con los intelectuales, de modo que nuestra contribución fuera más efectiva en el fortalecimiento de la conciencia nacional. Pensaba que era posible hacer algo en este maltratado país, donde todos caminamos a salto de mata. La cultura nacional y los intelectuales estamos siendo humillados no sólo económicamente, sino fundamentalmente en nuestra capacidad y posibilidades de pensar, expresar y de  escribir. Es una osadía hacerlo dentro de un gobierno que no apuesta por la cultura nacional. El rol del maestro y de quienes estamos comprometidos con la historia es la responsabilidad de crear una conciencia crítica, apostando por una generación que responda a los altos intereses que la patria y la historia exigen”. (En: revista Cultura Andina 3, UNDAC, Cerro de Pasco, 2004, Pág. 30)

Es en virtud a este noble magisterio que hoy lo evocamos con gratitud.

Educador, polígrafo humanista, jurista, científico social (esencialmente historiador), diplomático, periodista y acreditado caminante (viajero)..., el Dr. Juan José Vega no sólo fue un brillante intelectual, sino también el político fiel a la sentencia socrática, es decir, dialéctico y consecuente con sus acciones e ideas. Un político con compromiso ideológico nacionalista y popular. Nacionalista por encarnar nuestras raíces ancestrales y traslucirlas en su formación cosmopolita y científica. Popular por la vena que lo identificaba con las mayorías y lo más profundo de nuestro pueblo peruano. No buscó nunca perpetuar el pasado por el pasado, lo pensó para revalorar el presente y cambiar el porvenir.

Accio-populista por convencimiento en los sesentas, formó parte de la cúpula ideológica del partido fundado por el Arq. Fernando Belaúnde Terri, y por lealtad se mantuvo fiel a su ideario aún media centuria después. En el marzo trágico de su desaparición física, Christian Vallejo narró del debate político que lo enfrentó en esa década con Enrique Chirinos Soto, el más joven y por entonces connotado dirigente de la nueva guardia aprista. Conocedor sistemático de la trayectoria política del APRA y sus contubernios con el Estado pro-oligarca, Juan José apabulló al panegirista en un célebre debate:

“Enrique Chirinos Soto era candidato a una curul vacante por el Apra y Juan José salió a su encuentro en una polémica muy recordada por los accio-populistas. Los apristas –herederos después de todo de Víctor Raúl Haya de La Torre– eran grandes oradores con argumentos aplastantes. Chirinos Soto –ojos de rana, despeinado, barrigón– era uno de los candidatos más hábiles para presentar argumentos dialécticos. ¿Juan José? Un escribidor de anécdotas increíbles, según los entendidos. ¡Qué década fabulosa por el intercambio de ideas en una esgrima vertiginosa! Juan José resultó un orador de polendas con ideas claras, notas cuidadosamente fechadas, trayectorias históricas irrebatibles, argumentos infinitos pero a la mano de todos los mortales. El triunfo moral de Juan José, en esas elecciones que ganó la consigna, fue inolvidable. Barrió con Chirinos Soto por dos horas seguidas y sin misericordia. Había nacido el intelectual para todos. Incluso para los mismos apristas.” (En: La República, 11/03/2003)

Su elocuencia no fue exclusividad de la discusión política sino que cumplió también una función pedagógica para beneplácito de nuestros compatriotas que a inicios de esa década leían sus semblanzas históricas en el suplemento Dominical de El Comercio (diario que acogió sus artículos desde 1959) y el semanario 7 días; y que al oírlo en el atrio participaban fascinados de sus descubrimientos. Advertimos en varias de las charlas del Dr. Vega, de las que nos tocó la fortuna de presenciar, que su auditorio, tras horas de intensa disertación, no perdía hasta el final el encanto por su palabra. No exponía, dialogaba. Sus atractivas ponencias siempre conquistaban nuevos adeptos en el estudio de la historia. Sabemos que departió incansablemente sobre temas históricos de la más diversa trascendencia sin olvidar u obviar nada peruano, ni la pachamanca, el cebiche o el pisco, ni las humildes “lloqllas” (esos deslizamientos de alud, avalancha y torrente que surcan los huaicos), ni las lluvias diluvianas, inundaciones o sequías que modelan incesantemente el trémulo territorio patrio. Hizo un magisterio de la palabra, aquel recurso fónico que los educadores de hoy debemos atender un poco más en el diálogo con los estudiantes. Sin las atractivas ilustraciones que inicialmente las acompañaron, estos memorables artículos periodísticos se compilaron en Incas, dioses y conquistadores (Fondo de Cultura Popular, Lima, 1967)

Su lúcida reflexión y la política de los sesenta –como enumera el Dr. Alberto Tauro– lo situarían sucesivamente como Director de la II Región de Educación (1963–1964), Director de la Coordinación de Universidades y Municipios del MED (1965–1966) y burgomaestre del distrito de Miraflores (Lima, 1967). En la década, secundó a José María Arguedas en la conducción de la Casa de la Cultura del Perú (1963–1964); y cumpliendo el encargo del Dr. Francisco Miró Quesada, Ministro de Educación por esos años, apoyó la fundación del Alma Mater del pueblo minero: la Universidad Nacional Daniel Alcides Carrión (1963), así lo recordó últimamente el Prof. César Pérez Arauco en uno de los tomos de su monumental Historia del Cerro de Pasco. Por aquellos días, su sonora voz se oía objetando el reconocimiento oficial de la apócrifa primer estrofa del Himno Nacional (lo que inquebrantablemente haría siempre), al tiempo que rescataba la ancestral “unancha” (bandera andina), el runasimi y la realidad multicultural del Tahuantinsuyo. Aclaró, además, el papel que le tocó cumplir a los humildes “yanas” en las cruentas guerras quinientistas, clarificando la dimensión semántica de este vocablo quechua. Su vena educadora se proyectaba así a la comunidad nacional y la reflexión de su ser social.

En los setentas, en la segunda fase del gobierno militar, se le designó director de Expreso (1976–1977), diario nacionalizado años antes por el gobierno militar del general Juan Velasco Alvarado (dictador qué, por sus acciones populistas y corporativas, despertara entonces –y aún hoy– enconos furibundos en la intelectualidad oligárquica o los radicales de izquierda).

La experiencia militar velasquista lo ubicaría en la otra orilla. Analizando los inicios de la experiencia militar, Manuel Scorza, en marzo del 69, en comunicación a Juan José Vega y atento desde París a las noticias políticas sobre el Perú, le escribía: “otra vez será la famosa carrera de caballo y parada de borrico. Un general es siempre un general”. No se equivocó respecto a la Junta Militar de Gobierno...

El Dr. Esteban Ocampo Rodríguez que estudió por vez primera en el país y con seriedad la historia económica de las explotaciones mineras de La Cerro de Pasco Copper Corporation (“La Cerro Corporation y la penetración Imperialista en la economía peruana”; en: Villarreal, revista de la UNFV, Nº 4, diciembre 1972, Pp. 45–85, entre otras publicaciones), anticipó de los negociados lucrativos que una estatización de las unidades de producción minera de Pasco, Junín y Lima, darían a la empresa norteamericana en perjuicio de la nación. A fines de diciembre de 1973, el gobierno militar de Velasco, por la presión financiera del Banco Mundial, más las exigencias de la Misión Green del gobierno de EE.UU., expropió las minas cerreñas y concedió a favor de ese capital monopólico la estatización que pedían (previa indemnización) y al proceso lo divulgó como si se estuviera “nacionalizando” la propiedad minera del país. Lo que no era cierto, puesto que la Southern Peru Copper Corporation siguió explotando privadamente, con aquiescencia del Estado, los yacimientos cupríferos de Toquepala y Cuajote (siendo accionista minoritario el grupo de La Cerro de Pasco Corporation). En estos días, que los economistas e intelectuales neoliberales exaltan el proceso de privatización de las empresas públicas por considerarlas desventajosas para la economía del país, se suele olvidar que la estatización velasquista favoreció al capital monopolista trasnacional y al Estado corporativo–burgués. Además, aquí no hubo nacionalización como lo propagó SINAMOS, sino “estatización” de la propiedad, es decir, creación de empresas públicas para explotar los recursos estratégicos del país con fines exclusivamente partidarios o gubernativos, y que en realidad fortaleció una burguesía burocrática al amparo del Estado (capitalismo burocrático de Estado). Por el desleal proceso estatizador, Cerro de Pasco y las otras unidades mineras de la región, a partir del 1º de enero de 1974, pasaron a conformar Centromín Perú. De la misma forma, aquella coyuntura política dejó sin efecto el Decreto Ley Nº 16350 del 16 de diciembre de 1966 que creó CORPASCO, entidad que, a pesar de la defraudación que hizo de sus fondos la burocracia local, en alguna medida reinvertía en la región el 3% del gravamen al impuesto total del mineral beneficiado del subsuelo pasqueño. Este antecesor del canon y las regalías mineras se derogó por decisión de los militares.

Hace poco, en el gobierno del Ing. Alberto Fujimori, privatizaron Centromín y nuevamente parece que los favorecidos con la transacción fueron los dueños del capital privado y no la nación. Sin transferencia tecnológica, la unidad extractiva de Cerro de Pasco fue adjudicada a un precio de 61.8 millones de dólares a una empresa privada que inició sus operaciones el 1º de setiembre de 1999. En poco tiempo, el 2004, la nueva compañía minera absorbió a la Empresa Explotadora de Vinchos LTDA S.A.C. y la Empresa Administradora Chungar S.A.C., y se ha transformado, junto con la Compañía Minera Antamina, en la principal productora de zinc del país; mientras sus trabajadores han visto disminuidos sus beneficios laborales en más del 50% bajo el sistema de los “service”.

En 1975, último año de la transición velasquista, Juan José Vega polemizó con el destacado cinólogo Dr. Humberto Rodríguez Pastor. La cuestión: la participación de los coolíes chinos en la campaña de Lima en tiempos de la Guerra con Chile (1879–1883). El aleccionador hecho, insistió en la necesidad de precisar la información empírica de los estudios históricos con las perspectivas de la ciencia y la política. La realidad nacional, de profundas diferencias sociales, según el Dr. Vega, precisaba la edificación de una visión nacionalista–constructiva de la historia; mientras, Rodríguez Pastor, experimentado investigador del Archivo Agrario, por principio exigía asumir una identificación plena con las aspiraciones de las clases desposeídas enarbolando una posición clasista en el estudio de la sociedad. Asintiendo con ambos maestros sentimos qué, fuera del asunto, fueron muchas más las coincidencias de sus aportes al conocimiento e interpretación de nuestro pasado colectivo. El suceso surgió a raíz de un artículo que el Dr. Rodríguez Pastor publicó en La jornada (Lima, abril de 1975, Año I, Nº 10 y 11), suplemento laboral de La Prensa, dirigida entonces por el Dr. Walter Peñaloza Ramella.

En los inicios de los 70, lo rescatable de Expreso es que apoyó la atrevida reforma educativa del filósofo Augusto Salazar Bondi (boicoteada por los burócratas e ideólogos derechistas; y no respaldada por el profesorado debido a las encolerizadas persecuciones velasquistas al glorioso SUTEP). El Dr. Peñaloza Ramella, en sucesivas entrevistas de estos últimos años, nos recordó el espíritu innovador que alentó la reforma educativa de Salazar Bondi. Examinando sus documentos y prensa, se observa la apertura a propuestas pedagógicas de avanzada. Su innovadora visión de la educación inicial (todavía insuperada estatalmente); su atención a las ideas educativas progresistas de Rene Zazzo, Paulo Freire, Iván Illich, la experiencia del Sumer Hill, etcétera; y su proyección experimental a la misma realidad del país, a las comunidades campesinas y nativas. Fue pensada para el Perú, con inspiración universalista y patriota. Su mentor, el filósofo Augusto Salazar Bondi se las jugó por ella, asumiendo posiciones políticas claras, sin medias tintas, respecto al problema nacional y la educación (por ejemplo, en 1973, en un artículo célebre denunció al imperialismo norteamericano por difamar a nuestra patria en el caso de la estatización de La Cerro de Pasco Copper Corporation). Mientras en la actualidad, una nueva reforma educativa “apolítica” y tecnócrata soslaya toda línea social en el debate educativo. Para los nuevos reformistas teóricos, Freire es el profeta de la Pedagogía de la Ternura o del sentir cristiano, olvidándose de su estadía en Nicaragua, su exigencia a una sociedad justa y la destrucción de la concepción bancaria de la educación que aliena e imposibilita la liberación de la conciencia de los hombres; señalan que Lev S. Vygotski es el teórico de la “zona de desarrollo próximo” y precursor de la Escuela Histórico–Cultural, ocultando su posición filosófica marxista-leninista y su aplicación del materialismo dialéctico a la investigación psicológica; no difunden las posturas sociales progresistas de Henry Giroux o Peter McLaren y no nombran para nada a Pierre Bourdieu y los sociólogos de la educación con una posición contraria al imperialismo capitalista en relación a los problemas educativos mundiales. Salazar Bondi y su grupo, no sesgó esas posturas polémicas en el debate y tampoco se dogmatizó en una determinada propuesta, como si lo hicieron los educadores enviados a la Universidad de Tallahassee (USA).

Asimismo, en esta polémica década, Expreso participó en el debate de cómo había de enseñarse las CC.SS. en la escuela pública, exigiendo del maestro un compromiso social claro ante las demandas económicas y culturales de los sectores populares, a partir de una perspectiva donde conversen los profesores con los científicos sociales. Haríamos bien, en estos tiempos de reformas educativas, de releer y aprovechar las sensatas propuestas que sobre el tema se comunicó al país con los suplementos y artículos de ese diario, en interés del fortalecimiento de la escuela pública y su misión socio–cultural. Propuestas y perspectivas que entonces masivamente no se pusieron en práctica. Al meditar sobre el asunto, ¿cuántas disquisiciones perdimos los profesores de CC.SS. al no acercarnos a conversar con el maestro Juan José? Y oportunidades las hubo. No hace mucho en la capital, en el gobierno edil del Ing. Alberto Andrade, con su infinita bondad el Dr. Miguel Marticorena organizaba unos encuentros académicos por el aniversario de la fundación de Lima, y en enero convocaba a respetables historiadores, antropólogos, sociólogos y literatos para disertar sus últimas investigaciones a algo de medio centenar de oyentes, en su gran mayoría estudiantes, que ingresaban gratuitamente al Coloquio. ¿Por dónde andaríamos los formadores de las CC.SS.?

El primer gobierno militar, en su controversial etapa coyuntural (1969–1975), silenció oficialmente la voz del Dr. Vega Bello y le negó el derecho a integrar la Comisión Nacional del Sesquicentenario de la Independencia del Perú (a él, como ningún otro, que redimió a probados héroes indios de tiempos de las guerras independentistas).

De aquel momento, desconocemos la posición que el Dr. Vega asumió frente a la provocadora hipótesis “de la independencia concedida” planteada por los Drs. Heraclio Bonilla y Karen Spalding. Esta hipótesis salió a luz en la obra La independencia del Perú (IEP, Lima, 1972), editada a un año de la conmemoración bicentenaria del hecho. La idea guía del artículo inicial “La independencia del Perú: las palabras y los hechos” (Pp. 15–64), turbó la celebración y desató virulentas reacciones entre los especialistas del “Establishment” en la materia (y más aún si eran uniformados), que remozando escenas del célebre caso Charles Beard, implacables la condenaron, incluso soezmente. La excepción prudente fue la siempre erudita y meditada visión del recordado Dr. Jorge Basadre. Un año antes, el Dr. Pablo Macera (que valerosamente saludo en la revista Textual Nº 4 las intrépidas ideas de Bonilla y Spalding), en la discusión motivada por Caretas en julio de 1971, muy original en la reflexión, se había anticipado a esos nuevos aires subversivos con una amplia comprensión en la reinterpretación de la “independencia” patria. Y José Carlos Mariátegui, armado del marxismo, delineó –casi media centuria antes del controversial ensayo– una explicación que privilegiaba en el análisis histórico las relaciones de producción y las causas estructurales –internas y externas– del hecho, en su más profunda y extensa connotación. A él, director de la legendaria Amauta, leía y releía el Dr. Juan José Vega, adeudándole a sus escritos (fundamentalmente a los Siete ensayos de interpretación de la realidad peruana [1928]), según su propia y honesta confesión, la apertura a una visión sociológica mayor del proceso histórico–social peruano. En una reunión académica de los 90, sosteniendo en alto el formato pequeño y popular del clásico mariateguista, habló que a cada nueva lectura de los Siete Ensayos descubría ideas paradigmáticas que lo hacían retornar por nuevas vías al estudio de la historia del Perú, fundamentando con otras luces su propio pensamiento. Como el Dr. Antonio Cornejo Polar, él fue un efusivo y atento lector del ideólogo socialista.

Demócrata auténtico, liberal al puro estilo decimonónico, tolerante y sin prejuicios individuales o políticos, siempre daba una justa valoración a toda labor socio–cultural e intelectual. En esta década del 70 así debió hacerlo. Su admiración tardía y madura por Mariátegui, demostró la enorme capacidad de reflexión que poseía para comprender todo aporte meritorio del “saber subjetivo y objetivado” en el Perú. Por ello, así como no ocultó su apego para con las ideas de José Carlos Mariátegui, tampoco mezquinó los elogios para la importante obra histórica de Víctor Raúl Haya de La Torre; obra intelectual que, como el Dr. Vega advirtiera, fue opacada por la labor dirigencial y doctrinaria. El alta estima que tuvo del Haya historiógrafo se patentizó en su libro dedicado a ilustrar la vida del Inca Garcilaso de La Vega; en él evocó la vez que el máximo líder aprista disertó doctamente sobre el genial cronista mestizo en La Sorbona (Paris–Francia), universidad que también invitaría al Dr. Vega en varios momentos.

Nueve años antes, sin dictadura de por medio, polémica equivalente al removido por La independencia del Perú, despertó La guerra de los viracochas. Escrita desde una posición nacional, revisionista y anticolonial, su valiosa información (pensada en la vía de “la visión de los vencidos”, que en el país también tuvo como precursor al Dr. Edmundo Guillén Guillén, entrañable amigo de J. J. Vega), planteaba una alternativa diferente a la explicación construida por la historia oficial, que se tildaba entonces de “reaccionaria y procolonial” (historia oficial que exhibía excepciones honrosas como el Dr. Raúl Porras Berrenechea, cuyos trabajos sobre cronistas las infundió una concepción “hispanista” de la historia, sin opacar su vida de respetable liberal ajeno a toda mentalidad pro–colonialista).

En aquel tiempo, ser anticolonialista en el Perú significaba asumir con seriedad, acierto e identidad la solución a las necesidades esenciales, objetivas y subjetivas, de nuestro pueblo; denunciando ideológica y científicamente al imperialismo capitalista colonial que extraía las materias primas del país destruyendo los ecosistemas y explotando impunemente a los trabajadores; implicaba luchar contra aquella estructura económica precapitalista burocrática que mantenía una producción agraria de autoconsumo (terrateniente o comunal de carácter semifeudal) con exportación exclusiva de materias primas, postrando el desarrollo industrial del país y condenando a la desarticulación al mercado interno nacional. Según los doctrinarios de esta concepción de la sociedad, en esta línea germinaron las luchas sociales de Túpac Amaru II, Mariano Melgar, Rumimaqui…, combatieron ideológicamente Manuel Gonzáles Prada, José Carlos Mariátegui…, e investigaron científicamente Emilio Choy y Aracelio Castillo…, no sólo con la teoría sino también con su práctica social. En tanto, su contrario, el colonialismo ideológico justificaba, defendía y preservaba toda dominación material y espiritual sobre las mayorías del país, como lo hicieron en los 20 y 40 de la centuria pasada, las armas de Oscar R. Benavides o los estiletes de Alejandro Deustua, José De la Riva Agüero y Clemente Palma, pensadores de la clase oligarca, poseedora de la tierra y el capital, y baluartes de un pensamiento que temía y condenaba toda transformación de la realidad e incluso las mismas reformas que, como en el Caso Velasco Alvarado, continuamente salvaban al Estado terrateniente burgués. El epígono temprano de aquel pensamiento conservador sería el libro: La realidad nacional (1930) del Dr. Víctor Andrés Belaúnde, que –de entre tantas ideas colonialistas– hace una defensa acérrima de la iglesia católica virreinal, espiritualmente fanática e ideológicamente sectaria para con los sectores indígenas y las otras minorías étnicas.

El libro del Dr. Juan José Vega proponía por vez primera la perspectiva de una resistencia inca prolongada a la invasión y conquista hispana. Después de la derrota política de 1532, superando las diferencias impuestas por las nuevas técnicas militares occidentales y las irreconciliables luchas Estado-nacionalidades (contradicciones antagónicas que explicaban las alianzas que determinadas confederaciones y nacionalidades indígenas establecieron con las fuerzas europeas); las guerras entre incas y españoles –en el orden socio-territorial andino– se extendieron por cerca de media centuria. Al publicarse Incas, dioses y conquistadores, un exegeta (que conjeturamos fuera Manuel Scorza) en unas líneas de la contratapa de ese texto resaltó la virtud de las obras del historiador:

“La conquista española del Imperio de los Incas fue una sanguinaria aventura. Duró ocho años, murieron en su transcurso dos mil españoles, y hubo varias victorias incas sobre los ejércitos hispánicos. Manco Inca tuvo esclavos españoles a su servicio, mujeres castellanas cautivas concibieron de orejones cuzqueños, Manco logró formar un pelotón de caballería. La conquista en síntesis fue un ciclo heroico de cien batallas, durante el cual los cristianos estuvieron respaldados por decenas de miles de indios aliados y cientos de negros.

Esta es la verdad, pero todo ello ha sido ocultado, y ocultado intencionalmente, en aras de un “hispanismo reaccionario”, de una “historia colonialista”.

Conceptos de este cuño valieron a Juan José Vega el título de nacionalista (...) Cuando la polémica sobre La guerra de los viracochas fue hasta atacado en lo personal, insultado y calumniado. Los historiadores del Instituto Riva Agüero salieron en grupo a combatirlo, pero no pudieron probar un solo error en sus libros.

Juan José Vega combatía con las viejas crónicas en las manos...”

Cierto fue que nadie, con base, desde sus iniciales investigaciones, se atrevía a cuestionar el saber histórico del Dr. Vega y más en esa década de debates académicos que fueron los 60. La infamia que es heredad de la mediocridad dogmática (de las derechas o izquierdas extremistas) no pudo opacar la trascendencia de La guerra de los viracochas, obra incontrastable, que aún con el paso de los años es de necesaria consulta. En esta coyuntura educativa, en que se alienta la comprensión de textos y se aplica un currículo científico y humanista para desarrollar capacidades fundamentales en nuestros niños y jóvenes (atendiendo a una realidad esencialmente pluricultural y multilingüística), se haría bien en recomendar la lectura de este libro fundacional y fundamental que con pasión forja el amor por la historia patria. La misma pasión que igualmente despertaran hasta inicios de los 60, las lecciones que disertaba en la UNMSM el recordado Dr. Raúl Porras Barrenechea (así lo manifiestan de mutuo acuerdo sus discípulos, y con ellos Mario Vargas Llosa; quién asistía ferviente a las reuniones de la legendaria casona del parque universitario o a las tertulias de Miraflores, y que posteriormente equiparó esas experiencias a las encantadoras disertaciones que daba en el Colegio de Francia, don Marcel Bataillón, el “príncipe de los americanistas”).

La guerra de los viracochas se complementó en 1964 con su estudio Manco Inca, el gran rebelde (Populibros peruanos, Lima), que recibió el respaldo fraterno de Ciro Alegría y le inspiró el breve ensayo “Males históricos del Perú” (En: Expreso, 07/08/1964), y de la UNESCO, que lo invitó en 1965 a visitar el Archivo de Indias de Sevilla, España. En esas dos obras primerizas, Juan José Vega demostró que “los wiracochas habían soportado una constante revuelta contra ellos. [Y qué] escandalizados historiadores –uniformados de azul con corbata color vino- ponían el grito al cielo y descalificaban [como] herejías” (remarcaba años atrás Christian Vallejo, al referirse al hecho). Si bien en ambas circunstancias el Instituto Riva Agüero lo combatió, no se debe silenciar que desde la Pontifica Universidad Católica del Perú vendría la renovación historiográfica actual; en aquella década se formaba en sus claustros Alberto Flores Galindo, un historiador social-demócrata identificado desde sus primeros estudios con la historiografía progresista latinoamericana y mundial (con Manuel Moreno Fraginals, Issac Deuscher, Pierre Vilar, Ruggiero Romano, Jacques Le Goff…) y qué, en la misma dirección humanista del Dr. Juan José Vega, se entusiasmaba historiando los movimientos populares del Perú. Después de él, vendrían Margarita Suárez, Alfonso W. Quiroz, Teodoro Hampe Martínez…, reafirmando la serenidad, prudencia y rigor metódico del viejo maestro Guillermo Lohmann Villena (que escribió, entre otros monumentales libros, el clásico más importante de la historia minera peruana: Las minas de Huancavelica en los siglos XVI y XVII [1948] o la Amarilis Indiana. Identificación y semblanza [1993] que se adentró en la vida de la célebre poetisa de la hermana región de Huánuco. Este ilustre historiador falleció en julio del 2005).
                                                                                                                          
En 1965, al cuestionar el maestro Juan José la versión garcilacista respecto a la actuación del Padre Valverde en la captura de Atahualpa en Cajamarca, fue ofendido en lo personal por el General Felipe De la Barra, presidente del CEHMP. En la cuestión, el Dr. Aurelio Miro Quesada Sosa, dialogando con él, meditó una respuesta inteligente. Emilio Choy, terció en la polémica y le dio la razón, extendiéndose en una apología del Inca Garcilaso, a quien valoraba en igual dimensión que a Guaman Poma de Ayala. Al Inca Garcilaso, el Dr. Vega, a diferencia del reconocimiento multidimensional que le profesó a Guaman Poma de Ayala, lo aceptó hasta último, sólo como un cronista genial.

Antes de concluir los sesentas salió su libro José Gabriel Túpac Amaru (Revista Cantuta, Universidad Nacional de Educación, Lima, 1969), que según el Dr. Lorenzo Huertas Vallejos:

“(...) polarizó opiniones, algunos se sintieron incómodos, otros como Magnus Mörgner historiador sueco especialista en la historia colonial del Cusco, al referirse a ese libro, afirmó que: ‘el libro de Juan José Vega es un análisis inteligente de la rebelión’.”

Los estudios del maestro, se impusieron sólo en el fragor de la lucha académica. Luis Guzmán Palomino, historiador muy cercano al Dr. Vega, lo rememoraba así un día después de su deceso:

Decía Juan José que ser inteligente y honrado en el Perú era poco menos que un delito. Con mayor razón, ser un revolucionario. Juan José lo fue en sus escritos, desde ‘La Guerra de los Viracochas’ hasta ‘Identidad Nacional’, pasando por su trascendental ‘Túpac Amaru’. Pero -ironías peruanas- no formó parte de las comisiones oficiales del Sesquicentenario de la Independencia ni del Bicentenario de la Revolución de Túpac Amaru”.

Con los años, el gran historiador cajamarquino −con la sabiduría que nos conceden los años− corrigió e enriqueció varios de sus iniciales planteamientos. Otros estudios y estudiosos contemporáneos y posteriores a él revalidarían muchas de sus hipótesis.

1.2. Una valoración cantuteña del Dr. Juan José Vega

En 1990, observábamos a Walter Huamaní Tito, alumno de historia de la Universidad Nacional Federico Villarreal, adquirir en los puestos de los libreros de viejo de La Colmena en Lima, los amarillentos números de la Revista de Derecho y Ciencias Políticas de la UNMSM que atesoraban los juveniles estudios del Dr. Vega; inquieto y prendido de las deslucidas hojas del habitual jurídico hacía amenos comentarios de sus hallazgos sobre el historiador sanmarquino. Walter Huamaní hoy en día es un apasionado de la historia sindicalista capitalina del siglo XX. Por esas fechas, el Dr. Juan José Vega regentaba una cátedra en la maestría de historia de nuestra casa superior de estudios y nosotros tímidos estudiantes del pregrado en La Cantuta, sólo podíamos oírlo y observarlo en el claustro, sin atrevernos a intercambiar frases y aceptando silenciosamente sus ideas. Esa imagen irreal que construimos de él en las aulas fue equívoca, pues en realidad era un hombre en extremo cordial y «campechano» –como diríamos popularmente–, de inteligencia y memoria excepcionales. En el VII Congreso Peruano del Hombre y la Cultura Andina (La Libertad, 1989), al que acudió en compañía del Prof. Elías Toledo y liderando una comitiva cantuteña; sin notas, fichas o apuntes en que resguardarse abordó memorioso, en la acepción borgeseana, una conferencia sobre la alimentación en el Tahuantinsuyo. Maestro de la oralidad, en tres horas de intensa disertación, conmovió a su auditorio y recibió las amenas observaciones del Dr. Medardo Purizaga, las mismas que contento respondió. No creo que existan actas del hecho porque fue un evento organizado expresamente para él por los alumnos de La Cantuta, para redimirlo –según la indignación de ellos– de un complot discriminador que ejercían los organizadores del congreso trujillano contra su antiguo rector (entre 1967 y 1972, Juan José Vega fue el primer rector de la Universidad Nacional de Educación “Enrique Guzmán y Valle” – La Cantuta); y que él obsequioso aceptó desarrollar desconociendo la verdadera intencionalidad del acto. Intención a todas luces innecesaria por su notable calidad intelectual; calidad que el diario La Industria reconoció y saludó (o creo entrevistó, no recordamos bien) en esa semana congresal y que el mismo programa del VII Congreso y su protocolo vindicó para presentar a la Dra. María del Carmen Martín Rubio, paleógrafo española que desempolvó del olvido una versión completa de la crónica quinientista de Juan de Betanzos, lo cual realizó muy cordialmente.

En La Cantuta, a fines de los 80 e inicios de los 90 del pasado siglo, en una coyuntura difícil: de guerra civil, todos le profesaban un gran respeto y cariño. Tenía en la Universidad, sin saberlo, el cariño de la mayoría de los alumnos (aún sin haberlo leído); y las juveniles dirigencias políticas del PUM, las dos facciones del UNIR (hoy Patria Roja), el UDP…, hasta los “extremistas totalitarios y dogmáticos” del PC del P “Sendero Luminoso”, en sus arengas o charlas se referían al sabio historiador con afecto. Nunca se vio en aquel centro superior de estudios, considerando un trienio generacional, respeto mayor hacia alguien. Era de oírles su simpatía y ternura hacia el viejo rector (y al Dr. Lorenzo Huertas), siendo lo único en que concordaban, pues en todo lo demás discrepaban, inclusive violentamente. Sorprendía ver a un historiador loado por educadores en una universidad de educadores. Juan José Vega personificaba el alma institucional. Su palabra era atendida aún por los más experimentados doctores.

1.3. Juan José Vega, el último viajero culto del siglo XX en Pasco

La inquietud cultural e histórica del Dr. Juan José Vega por el Cerro de Pasco, se inició desde su juventud, así lo confirma la breve autobiografía que figura en su obra Viajeros notables en Pasco (texto ampliado de su discurso: “Cerro de Pasco visto por los viajeros europeos durante el siglo XIX”, conferencia inaugural al X Congreso Peruano del Hombre y la Cultura Andina “José Carlos Mariátegui”, expuesta el 19 de setiembre de 1994 en el auditórium de la Iglesia Mormónica de San Juan Pampa).

En 1954 principió sus viajes al Cerro de Pasco y el departamento (viajes equivalentes a la de esos viajeros cultos que sistemáticamente registró y estudió). Fue al retornar de un periplo estudiantil a Pucallpa, de donde arribó en un camión de carga –que él prefería a los ómnibus- para conocer mejor el paisaje y la gente. En compañía de Gerardo Ayzanoa recorrió las calles empedradas “sin orden ni concierto” de la ciudad antigua, vio las centenarias casonas a dos aguas y techos de planchas de metal (o paja) con sus balcones del siglo XIX, que ocultaban tras sus soberbias paredes los patios interiores que daban a las viejas celdas donde los terratenientes mineros castigaban a sus siervos rebeldes. Casonas de muros barrocos imponentes (no por aplicación del estilo arquitectónico sino por necesidad frente al montaraz clima), que porfiadas terminaban en plazas y parroquias centenarias. Conoció la ciudad mítica de Daniel A. Carrión, Gamaniel Blanco Murillo y Ambrosio W. Casquero, que los cerreños actuales nunca podrán observar, porque desde 1956 a nuestros días la destruyó en un 80% el avance sistemático del tajo abierto “Raúl Rojas”, la técnica de extracción minera a luz de cielo (ejecutada empíricamente desde el siglo XVIII en la ciudad) que por iniciativa de La Cerro de Pasco Cooper Corporation sistemáticamente devastó al inmemorial Cerro de Yauricocha y empujó a la capital minera a las laderas de los cerros aledaños, con la complicidad de los alcaldes que apoyaron esas acciones renunciando a defender su jurisdicción urbana y negándole al pueblo una solución integral al problema esencial de la ciudad. Con los años, a pesar de los esfuerzos de ambientalistas y cerreñistas, la descomunal fosa se ha transfigurado en la primera atracción turística del lugar, un símbolo de identificación referencial para los foráneos y una tumba para todo vestigio urbano tradicional cerreño. En su testimonio personal, Juan José Vega a ese respecto, apuntó:

“Eso sí, en cada visita a Cerro, todos íbamos observando la destrucción de la ciudad. Con los socavones y luego con el tajo abierto.”

Los apuntes pasqueñistas del Dr. Juan José Vega versan sobre el paso de la hueste hispana por Pumpu (en su desplazamiento de Cajamarca a Cusco), complementada con la singular batalla de Chinchaycocha y la ofensiva estratégica de Ylla Topa, en el periodo bélico que va de la invasión y conquista hispana a la resistencia de Manco Inca. También esbozó una descripción de la conspiración de Pasco y Jauja en las gestas criollas e indígenas anticolonialistas de inicios del siglo XIX, reforzado por esos pasquines patriotas que circularon en Cerro de Pasco y que comunicara la monumental Historia General del Perú (1966) del R.P. Rubén Vargas Ugarte, S.I., entre otros documentos. Reivindicó a los Húsares de Junín y los 700 montoneros que en Rancas (distrito de Simón Bolívar) se pusieron a las órdenes de Guillermo Miller. Habló del paso del ejército libertador por la Cordillera del Huayhuash, la travesía de Simón Bolívar por territorio pasqueño, la arenga y la victoriosa batalla de Junín (06 de agosto de 1824). Escribió sobre las nacientes del río Mantaro, en la altiplanicie del Bombón. Asimismo, hace constar en su Viajeros que en un evento de Ciencias Sociales organizado por la UNDAC en 1976, dio “ponencias ligadas a las primeras invasiones españolas, la resistencia de los lugareños y la colaboración brindada a los atacantes por muchos caciques” (Viajeros: 325), que luego publicó en 1977 en un especial de la biblioteca popular del diario Expreso. Ha de ser urgente ubicar ese número para saborear esas preciosas crónicas pasqueñistas.

En 1956, ingresó en su segunda visita al departamento por la ruta de Lima a Oyón, siguió a pie y en mula el camino de herradura que une a las haciendas y comunidades de Chacua, Uchumarca, Andachaca, Santiagopampa, Chinche, Yanacocha y Yanahuanca; allí, antes de partir al Cerro de Pasco, anotó:

“(...) reposamos precariamente y molidos en Yanahuanca en un dormitorio público quizás de unas quince personas (...) Luego en las calles, veríamos siervos auténticos, parias del Perú, extranjeros en su propia tierra, rotosos, sucios, desgreñados. Siervos de a verdad en afán de occidentalizarse.(...) Aunque habíamos viajado un tanto por diversos lados del país, en ningún lado nos pareció encontrar una mezcla así de aislamiento y dominación, donde una minoría oprimía con crueldad y con desprecio a los antiguos señores del Perú, tan cerca de empresas que fungían de modernas. Así fui aprendiendo lo que era mi patria en esas comarcas.”

Como secretario de Asuntos Campesinos de Acción Popular a inicios de los sesentas tendría presente esta información actualizada sobre las realidades rurales de Pasco, más aún cuando ese partido político, antes de constituirse en gobierno, enarbolara la consigna de ejecutar la reforma agraria (reforma concretada por la vía terrateniente entre el 64 y 65, aplicando procedimientos oligárquicos, arbitrarios y excluyentes para con las comunidades indígenas). Los movimientos campesinos que remecieron el orden terrateniente feudal de la sierra central del país entre el 59 y el 62, no lo sorprenderían. Ni los del Cusco, región que de continuo visitaba. Los campesinos de Rancas, Yanacancha y Yanahuanca lucharían heroicamente en Pasco contra la expropiación de tierras, la opresión y la explotación de los hacendados y administradores de Jarria, Algolán, Paria, Uchumarca, Huarautambo, Pacoyán... Don Genaro Ledesma Izquieta, alcalde de la Honorable Municipalidad Provincial de Pasco en ese tiempo, fue de las escasísimas voces que respaldó al campesinado y denunció los excesos policiales contra ellos (Scorza lo inmortalizaría como personaje literario). Recordemos que por reciprocidad intelectual e información anexa de Juan José Vega es que Manuel Scorza eligió la región pasqueña para novelar las luchas campesinas (Scorza en 1962, tras atender las conferencias de Juan José, lo había alentado a preparar La guerra de los viracochas, publicándole el libro). La información que el narrador obtuvo del historiador, de otros conocidos y de sus propias andanzas, resplandecerían en su Redoble por Rancas a través de un dominio pleno de la comarca y las típicas reacciones psicosociales de sus habitantes (que respecto a la ciudad de Yanahuanca, tendría como precedente a Charles Wiener, viajero francés que la visitó en los 70 del siglo XIX, registrando valiosos datos de la psicología colectiva de su población). Colegimos que el Dr. Vega estuvo atentó no sólo a la lucha sino también a las repercusiones y persecuciones que originó el movimiento. Manuel Scorza, su entrañable camarada y el aeda que inmortalizó esas luchas agrarias en un excelso y profano Pentateuco: “la guerra silenciosa”; lo informó repetidas veces del asunto, y más aún, en gratitud al apoyo directo que recibió de él, cuando era rector de La Cantuta. Para nosotros pasqueños aún falta historiar en forma integral la guerra que el Estado declaró en secreto a las comunidades campesinas y siervos de Pasco, por su arrojo de defender su derecho a la propiedad rural, exponer en los hechos la brutalidad de la explotación terrateniente e impedir la expropiación fraudulenta de las tierras comunales con apoyo de jueces, curas, burócratas gubernamentales y la guardia de asalto. Esenciales serán en el futuro los apuntes acopiados en la tesis inédita del Mg. Félix Rivera Serrano, el admirable Pasco rural del Dr. Bernardino Ramírez Bautista, los clásicos trabajos del Dr. Wilfredo Kapsoli, los estudios y calendario del Centro de Cultura Popular Labor (dirigidos por Luis Pajuelo Frías, Eduardo Carhuaricra Meza, Víctor Osorio Alania...), el esfuerzo autobiográfico de don Exaltación Travezaño, la primera y la última novela-crónica de Genaro Ledesma Izquieta, las crónicas periodísticas de Manuel Scorza y Guillermo Thorndike, los volúmenes póstumos de César Calvo y tantas monografías editadas en las tres últimas décadas.

El Dr. Juan José Vega no sólo mantuvo vínculos académicos con Pasco, también cultivó estrechas amistades con conocidos cerreños y cerreñistas: el fino poeta Luis Pajuelo Frías, el “maestro del Cerro de Pasco” César Pérez Arauco, el “maestro de la investigación histórica de Pasco” Marino Pacheco Sandoval, el Mg. Félix Rivera Serrano, el Dr. Santos Blanco Muñoz (actual Rector de la UNDAC), el Prof. Nicéforo Bustamante Paulino (Director de la Escuela de Historia de la UNEVAL de Huánuco), el Mg. Honorato Villazana Rasuhuamán (ex vicerrector académico de la Universidad Nacional de Huancavelica), el Prof. Pelayo Álvarez Llanos y sus alumnos en el postgrado de La Cantuta, el Mg. Marcelino Huamán Panez, entre otros personajes destacados de nuestro medio; a muchos de los cuáles el Dr. Vega, en los pasillos o los paseos, fuera de los auditorios, entre muchas anécdotas familiares y académicas, confiara su voraz afición a las historietas en tiempos de su niñez y que lo ayudaron a ser un lector tenaz e impenitente.

La última vez que estuvo en la ciudad, con motivo del XVI Congreso Nacional y V Internacional de Folklore “Efraín Morote Best” (Cerro de Pasco, 29 de agosto al 04 de setiembre 1999), nos ofreció una semblanza del renombrado antropólogo y folclorista ayacuchano discípulo de Víctor Navarro del Águila; también habló sobre el día del Folclore (22 de agosto), tan olvidada y postergada por el Estado; y se emocionó al referirse al rico folclore peruano, demandando su enseñanza y cultivo en la escuela. Un día antes del inició del Congreso, en el diario La República (Lima, 28-VIII-1999, pág. 21) −esgrimiendo su cordial y sensible vena pedagógica− escribió:
                       
“A una niñez y a una juventud que a diario se les atosiga, horas tras horas, con basura pornográfica y con vulgaridades de toda laya con la bendición oficial [la del Estado]. Ante esta realidad aquel folklore en los colegios constituye hoy por hoy la única vía artística para elevar a las nuevas generaciones a un nivel humano. Las demás ventajas del folklore se conocen, en especial, su contribución para consolidar las identidades regionales de nuestra múltiple peruanidad.

Este folclore nacional y múltiple que lo apasionó, lo llevó a estudiar las danzas negroides y sinuosas como la Pava y el Totarque (costa norte), las “bolas” limeñas (los rumores o “chismes”), los cultos como del Señor Morado, las etimologías o los decires como “te conozco bacalao”, la deliciosa carapulcra y una variedad de hechos populares. Cuando se publique su biobibliografía será inconmensurable. En lo educativo, a la par del cultivo del folclore en las aulas, reclamaba que las CC.SS. aproximen el Perú al mundo; que “la Historia Universal no sea una ciencia esotérica, lejana, distante, borrosa y difusa. Es doloroso comprobar que los postulantes a las universidades no saben absolutamente nada del mundo; creen que el planeta Tierra es solamente el Perú” (En: La República, Lima, 4-VIII-1999, pág. 16). Que se enseñe la educación por el arte con el arte, con la belleza de las formas, para una formación plena de los alumnos (“es bueno que los niños y los jóvenes, que están hoy apartados de las rutas del espíritu, vean que es factible y maravilloso mostrar los cuerpos humanos tales como han sido creados, lo que evidentemente no tiene que caer en la vulgaridad, procacidad, chabacanería o pornografía”). Ahí se sintetizaba el Juan José Vega nacionalista, cosmopolita, científico, humanista y peruano.

1.4. Viajeros notables y otros estudios, monumento bibliográfico sobre Pasco

No era extraño, en indistintas épocas, encontrar la adusta figura del Dr. Vega en los rincones más tradicionales y afamados del Cerro de Pasco, observando, preguntando, degustando u oyendo.

El libro que exclusivamente escribiera sobre Pasco y la capital minera del Perú, sus Viajeros notables en Pasco (Cerro de Pasco, UNDAC, 1997, 486 pp.), significó un paso trascendental en la descripción y explicación de la historia regional (primordialmente para nosotros cerreños y cerreñistas que nos hallamos un poco alejados de la capital y sus bondades documentales y bibliográficas). Desde la dedicatoria y el prólogo asienta su dominio del tema; en la primera parte de la obra comenta y presenta extractos de 09 cronistas del siglo XVI, 01 viajero del siglo XVII, 05 viajeros de fines del siglo XVIII y 31 informes de viajeros y 01 de la gaceta de gobierno del siglo XIX, y en tres anexos: a) presenta la semblanza del dibujante de misiones científicas Francisco Pulgar escrita por su descendiente Javier Pulgar Vidal, b) expone sus propios viajes a Pasco y su capital y, c) comenta y reproduce un fragmento del viaje a Cerro de Pasco de Adolfo de Botmilieau. En el prólogo, de igual forma, pasa lista a otros tantos viajeros más como el padre Samuel Fritz, que sostuvo a inicios del XVIII que las nacientes del río Marañón se encontraban en la laguna de Lauricocha (lo que posteriormente se confirmó). Viajeros notables en su parte tercera y en colaboración con Marino Pacheco Sandoval (la II parte del libro consta de 01 ensayo y 02 balances bibliográficos que realizó Pacheco Sandoval), ofrece reproducciones de fotografías, grabados, cartografía, dibujos y pintura con amenas y sugerentes notas, agrupadas en V secciones:

I)              Pasqueños nativos de ayer y hoy, con 01 fotografía y 09 grabados; donde el dibujo de L. Angrand de la Pág. 371 muestra la danza de los viejos o awki danza y constituye una evidencia esencial para entender la situación sociocultural de la ciudad minera en el siglo XIX: de un lado el cosmopolitismo cultural del sector criollo y extranjero manifiesto en las procesiones religiosas, la música y los bailes de salón, las lecturas y la comida occidental; y de otro, la cultura indígena campesina con el folclore y la tradición andina, el chuño y la coca. Cuando Marino Pacheco refería que él todavía presenció el awki danza en Cerro de Pasco no le creíamos. Viajeros notables y los trabajos de César Pérez Arauco despejaron nuestras dudas, más aún un archivo fotográfico cerreño y el último estudio del Prof. Santos Blanco Muñoz.

II)             La “opulenta ciudad”, con 02 planos, 07 fotografías y un grabado. Aquí sobresale del grupo la excelente reproducción del plano de Edward Poeping (fechada en 1830) y cuya nota dice “el plano más antiguo de la ciudad del Cerro de Pasco trazado por Edward Poeppig en 1831”; esta indicación es nueva frente al registro cartográfico de Pacheco Sandoval: “Realidad urbana de Cerro de Pasco, siglos XVIII y XIX” (edición antigua en: Carrión, revista de la UNDAC, N° 2, Cerro de Pasco, 1986; pp. 87-93; y edición nueva y corregida en Memorias cerreñas, Lima, 2004) que considera más antiguo el plano de Mariano E. de Rivero publicado en el Memorial de ciencias naturales y de industria nacional y extranjera de 1828. Dos datos que deben ser revisados al consultarse el estudio sobre Richard Trevithick que se inserta en el mismo Viajeros notables y revela, por pluma del Dr. Vega, que: “Trevithick se domicilió en la capital donde publicó un folleto con sus observaciones sobre los trabajos que realizó en Cerro de Pasco ‘Tratado acerca del mineral de Pasco con algunas observaciones sobre las medidas que son más a propósito para su adelantamiento’ [Lima, 1822, 31 pp.]; se agregó a este folleto un plano de la región donde se incluye la ciudad y sus alrededores, con ubicación de los yacimientos mineros” –Pág. 67–. Informándonos de un plano urbano anterior al de Rivero y Poeppig, que quizá constituya la muestra cartográfica más antigua de la ciudad del Cerro de Pasco; pues el esquemático mapeo de 1786, que César Espinoza Claudio y José Boza Monteverde copian en su tesis Alcabalas y protesta popular: Cerro de Pasco, 1780, es de escasa utilidad para el análisis urbano cerreño. Igualmente, en este acápite, es ilustrativo la anotación sobre la casa Merino (que figura en la Pág. 398). La versión completa del informe de Richard Trevithick la encontramos en la reciente publicación de Raphael Martell Buendía: Ferrocarriles en Cerro de Pasco. Inicio de la Revolución Industrial (Velizgraf, Lima, 2004).

III)            Ilustres entre los notables [1533-1895], con 01 dibujo, 03 pinturas y 01 fotografía; destaca en las notas las breves líneas sobre Manuel Gonzáles Prada y su visita a Pasco en 1873. Manuel Gonzáles Prada y su ideal anárquico en este tiempo esta siendo revisitado por un grupo de jóvenes cerreños.

IV)           Alrededor de la ciudad, 08 fotografías, 02 dibujos y 01 plano.

V)            Varios, con 05 fotos, 01 dibujo y 01 plano; reproducción de una fotografía de Manuel Scorza, uno de los últimos viajeros cultos en  Pasco, y otra de Juan José Vega en lindes de Oxapampa, el territorio tropical donde en el siglo XIX, entre 1857 y 1859, el viajero alemán Cosme Damián Schuetz organizó en Pozuzo la primera colonia tirolesa-prusiana. Schuetz no es rememorado directamente por Juan José Vega, pero si consta en el testimonio que inserta del explorador austriaco Karl Scherzer. El vademécum bio-bibliográfico de viajeros que el Dr. Estuardo Núñez publicó con el título Viajes y viajeros extranjeros por el Perú. Apuntes documentales con algunos desarrollos histórico-biográficos (Lima, 1989) da una extensa noticia respecto a Schuetz, así como de las correrías del estadounidense John R. Tucker por los ríos oxapampinos –el Pichis y el Palcazú- de 1867 a 1873, y las exploraciones a las regiones de Pozuzo, Pachitea y Tambo, del italiano Juan Crisóstomo Cimini entre 1840 y 1850. Estuardo Núñez fue maestro en 1949 del Dr. Juan José Vega en las aulas de la UNMSM (el Dr. Vega elogió siempre la valiosa biblioteca y el gran dominio políglota del Dr. Núñez).

Realizar el balance de todos los datos que da cuenta este libro-fuente de la historia pasqueña es basto. Tan sólo para su capital presenta información estadística sobre la producción minera del siglo XIX, describe la tecnología aplicada a la extracción, amalgama, fundición, transporte y beneficio de la plata (dándonos la historia del progreso de la técnica tradicional y moderna del centro minero); describe en forma general a la ciudad del Cerro de Pasco (clima, altitud, paisaje, población, ventajas y desventajas económicas, cuestiones culturales, los conflictos sociales y las guerras que la perturbaron...) así como da cuenta del imaginario colectivo y la diferenciación socio-cultural y económica de sus habitantes. También nos pone al corriente de sus contactos económicos suntuarios y de primera necesidad, a nivel regional, interregional e internacional; de las buenas y malas intenciones de sus políticos, mineros-terratenientes y aventureros; desvelando con cada hecho histórico la vitalidad del asiento minero que en algún momento del XIX fue considerada la segunda ciudad en importancia del país. En síntesis, la obra es un imprescindible para escribir la historia de Pasco.

Para concluir, estamos seguros que conociendo sus inquietudes por Pasco, tan sólo una parte de sus muchas preocupaciones nacionales, se impondrá a nuestros juicios la colosal ilustración que el Dr. Vega atesoraba sobre el Perú. Póstumamente, a un año de su fallecimiento, se editó su hermoso libro: Historia y tradición de Ayacucho, Cusco y Puno (IDESI/BID/Banco de Crédito/Cía. Minera Antamina, Perú, marzo del 2004), que refuerza lo expresado. Cada niño o ciudadano de nuestro país deben de continuar su ejemplo, amar al Perú en equivalente dimensión a como aman su región. Todos se lo debemos…